Sólo hace falta ver una intervención puntual suya para saber por qué
confía tanto en sí mismo. Su talento es desorbitado, y unido a su altura
y fortaleza le convierten en un dominador nato, a la altura de muy
pocos en el fútbol. Vive a gran escala, tiene cualidades de bajito en el
cuerpo de un gigante, ya que es muy complicado ver a un futbolista de su talla moverse con la destreza que el lo hace,
sin desequilibrarse en ningún momento como si controlase su centro de
gravedad a su antojo. Además tiene una elasticidad y capacidad
acrobática heredada
de su afición por el taekwondo que le permite llegar a balones que
pocos podrían ni tan siquiera intentar. No cabe duda de que su capacidad
asusta por prominente.
Todo ese talento guarda, a su vez, un lado oscuro que le hace indomable
en determinados momentos. Para Zlatan resulta muy complicado guardar su
personalidad en cautiverio, y con su afán de imponerse sobre todos los demás sucumbe a veces ante su Mr. Hyde.
El día de su bestia llega en momentos puntuales de la temporada, en los
que una acción no reprimida le cuesta salir del campo antes de tiempo, o
acabar mal con un rival durante todo el partido. Crió fama, y eso a
veces pasa factura. Ayer se llevó una tarjeta roja por una acción que no
era merecedora de dicha sanción, en la que el árbitro ni se planteó la
presunción de inocencia.
Entre los que le conocen hay opiniones para todos los gustos, como pasa
con cualquier otra persona, pero con el sueco todo se magnifica. No
tiene pelos en la lengua, y ese es su sino. Dice las cosas como las cree, aunque sean impopulares, porque es como cree que debe ser, sin miedo a la hipócrita
sociedad de lo políticamente correcto. Sabe que quien busca una excusa
para criticar siempre la acabará encontrando, y no duda en ponerles el
trabajo fácil.
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